La luz entraba sin piedad por la piel cálida de su brazo izquierdo, mientras que la oscuridad acariciaba sus hombros y bailaban al rededor de su cuerpo partículas de primavera y polvo. Suspendía en silencio una melodía de su respirar, contorneando la existencia de una alma congelada en gestos histéricos, no sabía si el aroma a tierra mojada lo invitaba a el recuerdo o a la nostalgia, y ya no estaba seguro si era una sensación agradable o el mejor momento de su vida. Los vellos de su menudo cuerpo, uno a uno se levantaban abriendo paso ese escurridizo escalofríos; una mezcla de brisa matutina y calores de febrero. ¿Qué era eso que gobernaban sus sentidos? Lentamente dejo la histeria de sus gestos y se entregó sin más remedios a ese regocijo que conmovía y dominaba una mente incesante que devoraba el tiempo, como si este fuese un esclavo de sus obligaciones, de su rutina, su inmortalidad...Había subestimado la irritación de la calma que lo atrapo desprevenido por sus pies y como un silencioso trepador una a una sus vertebras escaló como una escalera al cielo por su espalda hasta el último rincón de su séptimo sentido.
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